Mirar hacia otro lado
Nieves Rodríguez

¿Qué lleva a grupo de adolescentes de catorce años a violar a una niña de once? ¿Qué lleva a un grupo de niños a violar y grabarlo para enviarlo a sus amigos? Qué es lo que está sucediendo en nuestra sociedad para que el video de una violación circule por todo el Instituto durante meses y nadie lo denuncie, salvo el hermano, cuando se da cuenta de que es su hermana, la niña a la que están violando.
Este hecho abominable, ocurrido hace uno días en Badalona no pueden más que horrorizarnos y hacernos cuestionar sobre el tipo de educación que estamos transmitiendo a nuestros niños y adolescentes. Cualquier tipo de abuso, de agresiones, de violencia nos debería llevar a un momento de reflexión como educadores, como padres, como gobernantes y como adultos responsables.
Expertos, psicólogos y sociólogos atribuyen gran parte del origen de estos actos a la cultura del porno. Los datos son escalofriantes, cada vez se rebaja más la edad de acceso a la pornografía por parte de los adolescentes: once años. Otro dato para que nos obliga a reflexionar: de cada diez niños, la única educación sexual que reciben tres de ellos es a través de la pornografía que ven desde a través de sus pantallas de móviles. Es decir, imágenes sexualizadas y violentas donde la mujer siempre es objeto del placer de los hombres, imágenes denigrantes que exaltan la fuerza y la opresión como forma de placer sexual. ¿Qué aprende un niño de once años cuando ve por primera vez unas imágenes estereotipadas, descontextualizadas de sentimientos, donde la mujer parece gozar con el sufrimiento y los hombres parecen tener derecho a hacer con ellas lo que quiera? ¿Pensarán que a las mujeres les gusta? ¿Creerán que el sexo es eso?
Necesitamos más educación sexual para nuestros jóvenes. Urge una educación afectivo- sexual de manera transversal e integral no solo en los Centros de Enseñanza, que hacen lo que puede con los medios y recursos que tiene, sino en todos los medios, redes y contextos sociales. Tampoco podemos trasladar todo el peso de la educación a las familias porque éstas muchas veces son desconocedoras de lo que ven y de lo que aprenden sus hijos. En muchas ocasiones no saben cómo reaccionar y, cuando lo hacen, ya es demasiado tarde.
Pero para educar, ya lo dice el viejo proverbio africano, hace falta toda una aldea. ¿Me pregunto si somos lo suficientemente explícitos y contundentes rechazando este tipo de actos?
Para ejemplo, lo que ocurrió hace unos días: un jugador del juvenil de la U.D Las Palmas golpeó a su novia y fue condenado a unas semanas de trabajos para la comunidad. Pero ya en algún medio radiofónico oí hablar al locutor deportivo del “pobre chico”. Mientras, el comunicado de rechazo de la Unión Deportiva fue un tibio rechazo a los actos y lamentaba los hechos. Tal vez, hubiese sido más educativo que el jugador hubiese sido expulsado del equipo, y que los adolescentes aprendan que no todo es válido y que el respeto es la base de las relaciones.
Son necesario mayores gestos de repulsa por parte de los personajes públicos, de jugadores, de instituciones deportivas, mayores ejemplos de ética y de responsabilidad a la hora de educar para qque se denuncie de forma explícita cualquier tipo de violencia.
No podemos mirar a otro lado, tenemos una responsabilidad social con los niños y jóvenes. Si miramos hacia otro lado, no les podremos impedir que ellos hagan lo mismo, que vean las imágenes de una violación de una compañera en su móvil y no digan nada.
Nieves Rodríguez Rivera es profesora de Lengua y Literatura y escritora.